Cuando la conocí tenía nueve años. Yo era una “experimentada “tejedora de tricot, me había hecho bufandas, carteras y almohadones; con el telar había tenido una breve relación tratando de develar sus misterios y con el macramé me había ganado alguno centavos vendiendo pulseritas. Pero a ella la veía por primera vez.
Quedé extasiada, se movía de una manera antinatural, ¿cómo un simple palito podía crear eso que salía por debajo de los brazos de esa abuela (que no era mía)? No conocer ese secreto me hizo sentir torpe. No hice preguntas .Esa mujer no me hubiese respondido, hablaba sin pausa, como si ni siquiera necesitase pensar en lo que hacían su manos (¿acaso ese ganchito tenia vida propia?). Me fui. No pensé más en eso, para mi era caso perdido, jamás podría tejer así. Punto.
Me dedique a cocinar tortas que sabían muy bien pero que se veían como atropelladas, a tejer con dos agujas todo lo que se puede hacer sin disminuir ni aumentar y a coser ropa para muñecas que no podían quejarse de mis extravagancias. Y sucedió otra vez, la vi, (las vi) en la vidriera de una mercería oscura que daba miedo; adentro había una mujer tan vieja, tan flaca, tan baja, que no parecía real: Doña Mecha. Esta vez nada me iba a detener, yo tenía que ver como era eso, tenía que intentarlo. Ese pequeño trozo de metal no podía vencerme. Entre y ¡la compre!, mi primera aguja de crochet.
Alguien en algún lado me enseño a hacer la cadeneta, y el crochet dejo de ser un misterio para mí y se transformo en
un mundo.
Ahí vamos; mi 3mm y yo, invencibles, a conquistarlo.
Y tú ¿cómo conociste tu primer crochet?