De vez en cuando sale en los medios la noticia de una fábrica textil que se incendia en Camboya u otra que se derrumba en India. O se habla de las terribles situaciones en las maquilas latinoamericanas y de los niños que trabajan como esclavos en China. La reacción siempre es parecida: la gente se impresiona por un par de días, se habla de mejorar las condiciones laborales o de dejar de comprar productos de ciertas marcas. Ble. En general, la gente tiene tan asumida la explotación en las industrias como lo normal y pocas veces se cuestionan las raíces del capitalismo, pero al menos hay cierta sensación de que las cosas en las fábricas están mal.
Pero luego aparece una información que se expande por los blogs de tejido como algo maravilloso: en la prisión brasileña Ariosvaldo Campos Pires, algunos reclusos tejen desde el 2009 las prendas de la diseñadora Raquell Guimarães. Y con esto casi nadie se indigna. Porque moralmente, para las personas que viven en el sentido común, la esclavitud de los presos está justificada. Algo habrán hecho, se dice, está bien que trabajen.
El mito mediático detrás de este supuesto proyecto social dice que Raquell no encontraba tejedores cualificados para tejer los diseños de su marca Doiselles. Y claro, el mejor lugar para encontrar tejedores expertos es en la cárcel ¿verdad? No. Lo que Raquell no hallaba eran trabajadores baratos, y de esos podía encontrar varios en prisión sobre los que no tendría mayores responsabilidades.
Los reclusos trabajan por un 75% del salario mínimo de Brasil. Raquell además se ahorra el dinero de la alimentación y la previsión, no debe pagar licencias médicas, tampoco el valor del espacio físico dónde se realizan los trabajos, nada de aguinaldos a fin de año… en fin, Raquell gasta muy poca plata y a cambio recibe mucho.
No conocemos las condiciones de trabajo de los tejedores, pero como sí sabemos que la vida en la cárcel es terrible, de seguro también son malas. Raquell dice que enseñarle un oficio a los presos y darles oportunidad de trabajar los dignifica. Que les sube la autoestima y que les hace pensar que todo es posible. Que así ejercitan la fuerza de voluntad y pueden llegar a hacer lo que quieran. En las fotos para la prensa los hombres se ven tranquilos, con sus trajes naranjos limpiecitos y más o menos cómodos (aunque tejer todo el día en sillas de playas debe estar dañando sus cuerpos). Sin embargo, dentro de la prisión Ariosvaldo Campos Pires, como en otras cárceles, los presos son torturados y abusados por los gendarmes. Son sometidos a un régimen en el que no pueden hacer nada por voluntad propia. Sus cuerpos se atrofian en el encierro y corren el riesgo de ser destruidos en cualquier momento. ¿Cómo puede el tejido hacer digna una vida sumida en la indignidad?
¿Cómo puede justificarse que a un ser humano privado de libertad y torturado regularmente se le pague una miseria por tejer las prendas que lucirán mujeres burguesas? ¿Cómo se puede tener el descaro de llamar a eso un proyecto social? ¿Por qué no se lo reconoce como lo que es: esclavitud y explotación?
Chocolate Costa Rama dice
El asqueroso del Baudrillard, en La precesión de los simulacros: «Las prisiones existen para ocultar que es TODO LO SOCIAL, en su banal omnipresencia, lo que es carcelario».
Mucho creo que aciertas cuando afirmas que la naturalización de las cárceles y de la reclusión como castigo, es decir, del imperio del derecho penal y sus implicaciones en sociedades posindustriales, son algo-así-como la condición de posibilidad para que una conchesumadre como esta niñita Guimaraes le venda al mundo su falsa filantropía. Que la celebre Emol nos dice harto de su carácter explotador: http://www.emol.com/MundoGrafico/index.asp?G_ID=27094