Desde hace algún par de años se realizan varios yarnbombing, ataques de lanas o intervenciones laneras en el mundo. Este ha sido un año importante para el yarnbombing en Chile, pues se conjugaron las ganas que algunas tejedoras ya traían hace varios años con el incremento del número de personas que sabe tejer y está dispuesta a participar en una actividad como esta.
El fundamento que sus cultores dan a este tipo de intervenciones se basan, principalmente, en hacer más linda la ciudad, en darle calor y color a una ciudad gris y aparentemente fría como Santiago.
El entusiasmo es enorme y ya ha llamado la atención de algunos medios de comunicación como El Mercurio o La Tercera, lo que básicamente viene a decir que se trata de una actividad simpática, tan arraigada en esa idea burguesa del ciudadano que participa en la urbe, con una intervención que no es política y que no cambia nada de forma radical, pero que sin embargo provoca que se relacione con su entorno de un modo en que pocas veces lo hace y así se queda tranquilo.
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Si algo destaco de los ataques laneros es la forma lúdica en la que se desarrollan, sin embargo, me parece que al menos como se dan en Santiago, no son ni una parte de lo significativos que podrían ser. Esto no quiere decir que no me gusten. La otra vez vi un árbol tapado en crochet en el centro y me emocioné. Pero si ya son tantas las personas (y las manos) involucradas, es hora de reflexionar más allá de lo que siempre se dice. No basta con que sea lindo, porque el problema de la ciudad no es un fealdad.
Envolver un árbol en lana, un escaño, un poste o incluso un basurero, no produce ningún cambio en el modo de comprender y utilizar la ciudad. No pone en cuestión ningún problema urbano, salvo, se me ocurre, en los casos en que se han realizado en alguna plaza y los vecinos del sector han aprovechado de conocerse. De todos modos, no sirve de nada ese conocimiento si no aparece, por ejemplo, una forma de vida común y organizada que se proyecte al futuro.
El secreto más silencioso de la ciudad es cómo está configurada para dirigirnos sin que nos demos cuenta. Son muchas las reflexiones que uno podría hacer de las ciudad que permitirían hacer un yarnbombing que dé cuenta de cierto tipo de control. Los flujos en la ciudad, por decir algo, se organizan en mayor escala, entre los lugares donde viven la mayoría de los trabajadores en las comunas periféricas y los sectores donde trabajan. Una micro que parte en Vitacura y deja en Plaza Italia va vacía a las 8 de la mañana. Pero el mismo recorrido que hace el trayecto contrario, va atiborrado de personas que van a trabajar al barrio alto. Es un flujo que de tan normal, se nos hace invisible. Si con lana pudiéramos evidenciar esos flujos sería un problema más palpable, del que no podríamos sustraernos aunque quisiéramos.
Las intervenciones laneras me parecen insuficientes porque no son más que un adorno: la relación con el medio se agota tan pronto quedan instaladas. Es en el efecto posterior, cuando ya se han marchado todos los tejedores, que encuentro todo su potencial.
La ciudad funciona tan bien que es muy difícil que una persona común y corriente pueda intervenirla. La opción más fácil es la destrucción. Por eso una interpretación bien básica de una marcha explica su finalidad: al impedir el libre tránsito de vehículos y personas se está deteniendo parte de la producción, lo que merma al sistema. Por eso las barricadas y las micros quemadas no son una estupidez ni simple vandalismo.
Pero si es más fácil destruir que crear, es porque para el capital resulta menos amenazadora una fuerza negativa que una positiva. Si Rodrigo Cisternas simplemente se hubiera quedado junto a una barricada, avivando el fuego y arrancando de la policía intermitentemente, probablemente no habría muerto. Pero se subió a su vehículo de trabajo, una máquina que potenció las fuerzas de su cuerpo, para defenderse a sí mismo y a sus compañeros de los carabineros y recibió una ráfaga de balas que acabó con su vida.
La acción de Cisternas y los yarnbombing son incomparables, da un poco de vergüenza hacerlo. Pero es el ejemplo de alguien que usó una herramienta de trabajo como nunca se había hecho. La potencia de su cuerpo en ese momento no creció para trabajar, sino para resistir y enfrentarse.
Usemos, entonces, los hilos y lanas no sólo para que la ciudad se vea linda. Aprovechémoslos para encontrar nuevos modos de usar nuestro cuerpo, para dejar en evidencia el control del que prendemos todos los días en acciones tan cotidianas como ir a comprar el pan o partir al trabajo. Que los hilados generen nuevos caminos, que nos dirijan por veredas imaginarias, que interrumpan algunos pasos y potencien otros.Tejamos una red enorme y firme que nos permita caminar entre los árboles y conectar los techos de esta ciudad. Envolvamos las puertas de aquellos que nos dominan para que no puedan salir. Tapemos las ventanas de quienes nos espían.
Cerquemos Vitacura.
Hagamos un túnel que conecte tu pieza con la mía y usemos el espacio de la línea imaginaria que nos conecta.
Debi dice
En lo personal a mi no me gusta politizar mis intervenciones ni trabajo, tu mirada me parece tan linda e inocente pero en cuanto a yarnbombing es todo válido.
En el sentido de hacer intervenciones más cuáticas cómo vestir una escultura aún no sería comprendida en este chileanway pero las ganas no faltan!
Cariños
carolina dice
Camila emocionante ! sientes con la misma pasión que yo , «es más fácil destruir que crear » pero eso no me quitará las ganas nunca !
alita dice
me gustó mucho tu post..
http://www.crochetconsentidos.com/2011/04/yarnbombing.html
un abrazo
Camila dice
«No dejar lana sin sentido en el mundo» 🙂