Hoy fui al Persa y además de comprarme un shawarma de pollo, adquirí estas cosas. La intención era encontrar marcos antiguos para un proyecto que tengo. El primero que ubiqué fue el de la pintura del barco, que estaba bonito y en buen estado. Me da pena eliminar la pintura que alguien no tan talentoso alguna vez pintó, quizá como un regalo para su mamá, que lo lució con orgullo en su casa hasta que murió y vendieron todas sus cosas por unos pocos pesos.

La intención, en todo caso, quedó hasta ahí, porque encontré las otras dos cosas y me gasté la plata. ¡Pero son maravillosas! Miren la fotografía de la monja con un busto de Jesús. Es extrañisíma. Detrás de todo hay unas plantas que parecen salir de la cabeza del mismísimo Cristo. Al principio pensé que era un macetero con forma de Jesús, incluso el vendedor, cuando la vio, pensó lo mismo. Dejaré que siga creyendo que una monja alguna vez se sacó una foto con un macetero cristiano y la puso en un marco de cartón.

Y no sé qué me gusta más: si la monja o este gato. ¿No es precioso? Pasé como tres veces frente al puesto donde lo tenían esperando la señal divina de que tenía que comprarlo. La última vez que lo fui a mirar, la vendedora me dijo: «¿quiere ver el gatito? no se quede sin mirarlo». Por mirarlo quería decir tocarlo y me lo pasó cuidadosamente. Tan pronto lo tomé y me di cuenta que los ojos se le cerraban, me enamoré. Además se le puede mover la cabeza. Lo adoro.