Soy una artista de técnica mixta que usa el tradicional oficio del bordado para vandalizar y hacer graffiti en objetos de la vida cotidiana con textos emotivos, políticos y conscientes.
Así define Sarah Greaves su trabajo en el que puede bordar sobre una puerta, un trozo de chocolate o un lápiz labial.
Una idea que puede parecer absurda -quién bordaría sobre una tostada- cobra sentido precisamente ahí donde se pierde la utilidad de los objetos intervenidos y del bordado mismo. El plátano deja de ser comestible cuando tiene unos hilos encima, y el bordado no cumple su función decorativa cuando está sobre algo destinado a la putrefacción.
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En el labial atravesado por un hilo rojo encontramos dos símbolos de la feminidad: por un lado el cosmético destaca lo femenino y convierte a quién la usa en un objeto deseable. El bordado, como actividad doméstica de la mujer, obliga a los cuerpos femeninos a una pose pasiva, de descanso, como si el trabajo y la mujer misma fueran demasiado frágiles para cualquier movimiento que no sea el de la delicada mano. Es como si no estuviera permitido para la mujer más expresión que la silenciosa e impersonal imagen que copia en el bordado.
El labial y el bordado, dos símbolos de la dominación justificados por las mismas mujeres, que mezclados así como están en esta obra, cuando dejan de ser funcionales, provocan desconcierto. ¿Qué es lo raro que le encuentras? ¿Qué te incomoda de ella?